Federico Velio
GtoViaja!
Las ánimas de Chavela y José Alfredo poseyeron al Juárez a través de la voz de Lila Downs. Canto y llanto, aplauso y baile, un escenario multifacético en épocas y ritmos y un teatro de bote en bote, con ovación de pie, con nostalgias que levantaron palmas
y evocaron recuerdos.
Sones jarochos, trova bohemia josealfrediana, zadungas y almas sureñas se apoderaron de esa voz gallarda y profundo, de una Lila a la que no se puede escuchar cerrando los ojos porque su imagen es parte del canto.
En una noche de rica compañía, nos fuimos alejando del mundo, en esa ciudad donde no hay justicia, ni leyes ni nada, sólo amores que se hablan con la mirada.
Una noche en la Naila nos enamoró cantando Cucurrucucú, para invitarnos a pecar y a esperar milagros, en la que estaba presente la esencia de ese Guanajuato de bohemia y placeres, de mochería y libertinaje compartidos.
Por eso Lila se alejó al fondo del escenario para llorar al recuerdo del de Dolores Hidalgo tras alternar “La que se fue” con un “no vale nada la vida, la vida no vale nada”, recitada a ritmo de rap.
El aplauso largo la amó y ella quiso soslayar recuerdos, pero los gritos de “¡Llorona, Llorona!” la hicieron regresar al escenario y cantar a otra amante del arte de José Alfredo, a la Vargas, la que se fue, pero que dejó su canto y Lila nos lo brindó con los ojos
cristalinos, emocionada por las evocaciones y la entrega del público.
Fue una noche de sensualidad que hizo bailar a un centenario teatro, donde el ánima de Don Porfirio hizo de tripas corazón para dejar paso a la cadencia y palmas, a los llantos contenidos, a los besos al aire, a las manos tomadas, a los besos furtivos.
