Jorge Flores
GtoViaja!
Sentado en el pequeño teatro del foro Luna Negra, en una mullida semioscuridad, mientras los otros espectadores – todos niños – se marchan; yo aún degusto el dulce sabor a carcajada, algodón de azúcar y paleta que me ha dejado la obra: “El niño Triclinio y la bella Dorotea” de nuestro paisano Jorge Ibargüengoitia, llevada a “escenita” por Kristina Giles y sus hermanas.
Una joven sale de los bastidores mínimos, se acerca y se sienta a mi lado. Tiene unos ojos intensísimos y una cabellera ensortijada, claramente ha nacido para lo que hace. Es Kristina, quien pronto, casi adelantándose a mis inquisiciones, me explica lo que el teatro guiñol es el teatro de marionetas movidas por personas bajo el escenario y que obtiene su nombre del primer pionero de la técnica, hombre que curiosamente no se llamaba guiñol sino Juan Siflavio. Era la región de donde venía la que se llamaba Guiñol.
Kristina sigue – manteniendo siempre su intensa mirada en la mía – con su breve cátedra guiñolesca y ahora abre el capítulo de la historia del teatro guiñol. Me cuenta que este espectáculo de pequeñas proporciones y de gran creatividad surgió en Francia en el siglo XVI, de la mano de los gitanos. Fueron aquellos nómadas los que, junto con sus carpas de fenómenos, trapecistas y malabaristas llevaron a las plazas a estos pequeños actores que darían vida a la llamada “comedia del arte”, y que tenían como objetivo el hacer que los niños olvidaran los problemas de la vida y sólo se divirtieran, aunque fuera un ratito.
Kristina me habla del primer personaje guiñol que hubo fue Gnafron, un borrachito molestón y cómo ya en él se adivinaba el carácter satírico que puede tener este teatro, que aunque de menores proporciones, no le pide nada al de actores de carne y hueso. “(Gnafron) fue algo como un antihéroe porque era más humano” dice Kristina, pero agrega – sin interrumpir jamás el torrente de palabras – “La ricura de los títeres es también que son irreverentes, ilógicos, impredecibles e increíbles, ellos pueden hacer todo “ y es justo ahí donde entra la magia. Los títeres nos retratan con su absurdo y lo prolongan a dónde no lo podemos llevar, nos divierten con sus corretizas y cachiporras, nos divierten con sus juegos de palabras y nos maravillan con sus imposibles. “El titiritero inmortalizó al títere con este juego” sentencia Kristina.
¿Y cuál es su historia con el guiñol? Kristina, recuerda sonriendo el pasado que tuvieron ella y sus hermanas, Sophie y Miranda, como auténticas saltimbanquis. Desde sus años más tiernos se unieron a una compañía de teatro de marionetas, nada más y nada menos que la de sus padres. El teatro guiñol, sus monitos, sus cuentitos y su fantasía; siempre han sido su forma de vida. Y lo que hoy hemos visto, Triclinio, su árbol, sus hermanas y los novios, la bella Dorotea, etc., todo ha sido hecho por ellas, incluido el microteatro. Kristina cita a su madre: “Un buen titiritero tiene que hacer todo.” Y siguiendo ese mandamiento, ella y sus hermanas se han encargado del guión, la producción, la manufactura, el decorado, la banda sonora, las actuaciones, la dirección y para colmo de cargar todo el material. No obstante esto no borra su eterna sonrisa ni disminuye el brillo de sus ojos, al contrario. “Es muy padre porque es muy completo. Se rescata la tradición de lo que es del teatro guiñol. Se disfruta muchísimo.”
El proyecto del que se extrae “El niño Triclineo y la bella Dorotea” es el resultado de una cooperación entre grupos guiñoles, el de Sophie llamado “La Mar” y el de Cristina llamado “Titik”. La historia de Triclineo y su bella prima, surgió porque Sophie habiendo leído el cuento en un libro de Jorge Ibargüengoitia decidió llevarlo a los niños. La misma Sophie desarrolló el guión y Kristina corrigió el texto y dirigió algunas escenas. Kristina dice que lo ha disfrutado mucho pues se juntó el deseo de simplemente hacerlo, con el deseo fraternal de trabajar unidas. Las obras se presentan, una por sábado. “Estamos tratando de rescatar el teatro infantil que en León está muy olvidado”.
Kristina y el teatro guiñol, aunque tienen un público preferentemente infantil, no se dejan encasillar. El grupo “Titik” acaba de montar una obra de teatro para adultos de Francisco Hinojosa: “Informe negro”, un thriller cómico para guiñol. “Sí nos enfocamos mucho en los niños, tenemos muchísimos años trabajando teatro para niños pero también rompemos un poquito los esquemas. Hay que llevar siempre a la marioneta hasta su mismo límite.” Dice Kristina y me habla un poco sobre las teorías kantorianas, los tratados de la muerte y el tratado de los maniquíes, de lo que sé muy poco, casi nada, pero entiendo que hablan de lo no vivo dentro de la escena. “Es muy interesante cómo las vanguardias contemporáneas plantean ahora a la marioneta”. Kristina, cierra aquí el círculo de su conocimiento sobre el arte, como el pintor que cita obras del canon florentino y remata con lo más actual de la escuela contemporánea.
¿Y a dónde irán ahora estas tres gitanas? Kristina y sus hermanas siempre apuntan al frente y ahora están en medio de dos proyectos nuevos. El grupo “Titik” está trabajando en algo llamado: Sueños para contar pesadillas, una investigación y una recopilación de varias historias que “tienen que ver con el tratado de las pesadillas, de los sueños, el sentirse dormido pero vivo. Con juegos como el de los sonámbulos y las personas que están despiertas pero parecen dormidas.” Y, con el grupo La Mar están desarrollando un montaje de títeres corporales para adultos, con motivo de un miniespectáculo que sería como un cabaret. Kristina prevé que la familia de saltimbanquis seguirá unida pues les encanta trabajar entre creativos y sin duda estas tres mujeres desbordan creatividad.
Me despido de ella y sé que llevaré grabada unos minutos más la intensidad que lleva esta mujer en sus movimientos, sonrisa y ojos, y sobre todo en su trabajo. Hay que aprovechar que tenemos ahora a las hermanas Giles instalando su pequeña carpa cada sábado en el foro Luna Negra, condensando hechizos de sonido y color en su pequeñísimo escenario, dándole vida y voz a la felpa, lanzándole un guiño a los niños, para recordarles que aún existe la magia, que pueden olvidar un momento los problemas, que aún hay espacios para ellos.