Cerería

Salamanca, Gto.

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Cuando don Ramón piensa en los días de su infancia recuerda el olor a cera de los talleres de sus tíos y su padre.  Eran talleres caseros y sencillos en los que colaboraban los integrantes de la familia en la producción de velas y cirios para las celebraciones religiosas; en estos talleres don Ramón aprendió a desarrollar paciencia y talento para tratar la cera y convertirla en piezas de extraordinaria belleza.  Dice Ramón Ramírez que, en realidad su oficio es transmitir la tradición y los conocimientos del trabajo con cera que aprendió de sus abuelos y su padre.

Don Ramón recuerda tener menos de diez años cuando inicio su participación en las cererías familiares; a él y a sus primos les correspondía la elaboración de velas para posadas decembrinas; entonces, la consigna para él y sus primos era la de terminar el encargo del día, y sólo así podrían salir a jugar a la calle o participar en las posadas.  Algunos días cumplían con lo que sus padres les pedían, otros días tenían quedarse sin jugar y su padre y sus tíos terminaban el encargo.  Recuerda que eran todos sus primos y sus tíos los que trabajaban en los talleres.

Rodeado de moldes de madera, barro, cazuelas para fundir cera, pabilos y muchos niños de su edad, don Ramón jugaba a asignarle nombres a todos los objetos que veía en los talleres.  A los moldes para vaciar la cera los nombro como niñas, a las cazuelas les conocía con nombres de flores y a otros objetos que desconocía, les inventaba un nombre.  Se divertía mientras aprendía el oficio al que se dedicaría el resto de su vida, y que también transmitiría a sus hijos y a todos los alumnos que han pasado por su taller.

Al relatar los días de su infancia en las cererías, don Ramón sonríe, recuerda a su tío Celestino, quien los enseño a armar los cirios;  su tío fue muy exigente, y si no hacía bien el trabajo de armado “le agarraba un coscorrón”.  De su padre aprendió a elaborar las flores y guirnaldas para decorar los cirios; su padre fu muy detallista, y enseño a don Ramón que la decoración del cirio debía ser precisa, detallada y sin errores, para lo cual es necesaria la paciencia y la tranquilidad en el momento de “labrar la cera”.  Con su abuelo Francisco aprendió a conocer la materia prima e identificar cuál es la mejor para moldearla en vela, veladora, cirio, cirio floreado, etc.

A don Ramón le parece que en su técnica se pone en práctica un poco de los conocimientos que cada uno de sus antepasados implemento en la producción de cera escamada y velas rituales. De cada uno de sus maestros heredo lo mejor: el cariño hacia el trabajo que desarrolla. Al elaborar una pieza de cera, don Ramón utiliza los conocimientos que por más de cien años se han preservado en su familia a través del trabajo de sus abuelos, tíos y padre.  Don Ramón aprendió desde niño que cada uno de los integrantes del taller tenía un talento especial para trabajar la cera, aprendió la especialidad de cada uno de ellos y los reunió para desarrollar su propio talento, por eso las velas de don Ramón son de una extraordinaria belleza que además representan una tradición familiar.

Cera floreada, una tradición de la familia

Don Ramón Ramírez conoce bien la historia de Salamanca, su ciudad natal,  de sus tradiciones y de  su gente.  La historia de su familia y del oficio que práctica no puede ser la excepción, y son una muestra de que en su labor cotidiana reconoce que existe la memoria familiar y fragmentos de la historia local.  Don Ramón cuenta que la elaboración de la cera escamada o floreada comenzó  en 1878 con su bisabuelo Joaquín Ramírez, quien elaboraba todo tipo de velas y cirios; don Joaquín Ramírez fue el cerero que elaboraba las velas que se vendían en la ciudad, tanto para uso doméstico como para uso ceremonial.

Entre los tesoros de su casa guarda un antiguo manual del que su abuelo Joaquín aprendió la técnica de la cera floreada.  Este libro, dice don Ramón, fue un regalo de los sacerdotes agustinos a su abuelo; en el libro se detalla la técnica empleada por cereros españoles que producía cirios floreados para las ofrendas de las cofradías.  Al  mismo tiempo que le hacían un regalo le solicitaron que elaborase cirios escamados para las celebraciones de los gremios en la ciudad.   La cera escamada, la fiesta de los gremios y la familia de Joaquín Ramírez han estado asociadas desde este momento y hasta la actualidad.

Don Joaquín puso en práctica una técnica que antes no se conocía en el país; la compartió con sus compañeros de la cerería y posteriormente con sus hijos.  En aquel tiempo la cera utilizada era natural o mezclada con cebo animal, lo cual les impregnaba de un tono amarillento.  Los moldes que utilizaban eran de barro o de madera, hacían sus armazones con cáñamo y carrizo; en algunas ocasiones combinaban la decoración floreada con flores naturales o flores de papel, pero con el paso de los años, el cirio escamado se convirtió en un racimo de flores de cera que se iluminaban con un pabilo de luz amarilla.

Francisco Ramírez Holanda, hijo de don Joaquín, aprendió a elaborar cirios y velas lisas, veladoras, cirios escamados y floreados y a usar la cera en moldes; heredo el taller de cerería y continúo el trabajo con su esposa y sus hijos.  A todos les enseño el oficio y todos lo practicaron como una forma de vida que combinaron con el cultivo de hortalizas y flores, que comerciaban en el mercado y el jardín de su ciudad.  A los nietos de don Joaquín les tocó vivir en ciudades electrificadas que ya no requerían el uso de velas para alumbrar las casas, por ello su trabajo se vio disminuido y lo compensaron con otros oficios, como los mencionados; sin embargo, ninguno de ellos pensó en abandonar el oficio de cerero.

Con el paso de los años, los hermanos Ramírez comprendieron que la elaboración de cera dio un giro hacia lo ritual, y comenzaron a dedicarse a las velas decoradas y cirios escamados, y a elaborar velas para los festejos religiosos de la ciudad, y así fue como continuaron con la tradición cerera en su familia.  Al casarse y hacerse independientes, cada uno de los hermanos fundó su propio taller en donde producían, sin darse abasto, velas para los festejos religiosos del país.  Entre la década de los veinte y treinta del siglo pasado, las cererías de los Ramírez constituyeron importantes fuentes de empleo en la ciudad.

Sin embargo, hacía la década de los cuarenta y cincuenta, la demanda de velas decoradas disminuyó.  Los antiguos trabajadores de las cererías buscaron nuevas oportunidades de trabajo en las empresas que llegaban en ese momento a Salamanca.  Los cuarenta y cincuenta fueron años de crisis para la familia y para las cererías de la ciudad.

Preocupados por las circunstancias, el papa de don Ramón,….y su tío Celestino decidieron viajar a México en busca de oportunidades.  Llegaron a la cerería  La purísima y la de San Camilo           a pedir trabajo, pidieron que los pusieran a prueba, y a cambio verían en trabajo más bonito en cera.    Dice don Ramón que sus tíos le contaron que hicieron las primeras velas gratis para poder conseguir un trabajo en las cererías, y una vez que tuvieron reconocimiento de los compradores, pedían que sus piezas fuesen elaboradas por ellos.  Desde este momento, la familia de los hermanos Ramírez tuvo que reorganizar su calendario de producción, pues debían cumplir con los encargos de las fiestas decembrinas, de La Candelaria y de los gremios en Salamanca, y el resto del año estar en las cererías de la ciudad de México para producir las ofrendas que se entregaban en las celebraciones religiosas de todo el país.

Celestino, Bernardo, el güero y Ramón, fueron los cereros que compartieron la técnica de la cera escamada entre los cereros de Oaxaca, San Luis Potosí, Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Veracruz, Chiapas y por supuesto, en los municipios de Guanajuato.  A cambio nunca pidieron nada, dice don Ramón, lo único que querían era trabajar, mantener a sus familias y compartir lo que su abuelo Joaquín les había enseñado.  En cada uno de los talleres de cerería del país, la cera escama adquirió características propias, de acuerdo a las propiedades de la materia prima, el clima, las festividades y las habilidades de los cereros.

Las flores de cera de don Ramón

Cada vez que don Ramón sale a carretera busca apicultores para pedirles que le vendan la cera que producen.  Sus piezas son de cera totalmente natural, combinada con algunos materiales que impiden que se derrita en el sol, o que cuando se encienden, no huelan mal ni avienten humo que moleste a las personas. Es un cerero perfeccionista que busca siempre mejorar la calidad de sus piezas. A don Ramón le gusta que la luz que emana del pabilo sea azul, porque es una luz más natural y limpia, y porque ilumina mejor los espacios.  Se esfuerza porque la cera de su pieza se “queme pareja” y no se deforme, y para eso hay que hacer el labrado de forma precisa.

Desde niño desarrollo un oficio que le ha permitido sostener a su familia y darle sentido a su vida.  Recuerda que su primera pieza fue el encargo de un cirio decorado para ofrecerlo como ex voto por un milagro. Su pieza no le dejo satisfecho y se propuso mejorar en la elaboración de la siguiente, y así lo hace cada vez.  De esta manera don ramón logra piezas de magnífica calidad.  Hace aproximadamente treinta años que maneja su taller de forma independiente, de ello se mantiene, y con la producción de cera ha logrado el recurso necesario para que sus hijos estudien en la universidad sin dejar de lado el oficio de cereros.  En su vida sólo ha trabajado como cerero, nunca le ha llamado la atención desarrollar otro oficio.  Ser cerero es lo que lo hace feliz.

Don Ramón ha sido ganador de premios en los que se reconoce la calidad de su trabajo y la tradición de la cual es portadora.  Entre ellos el Gran Premio de Arte Popular, diversos premios del Mosaico Artesanal y aún no puede creer que su trabajo llegó hasta el Vaticano en una exposición de arte mexicano.

Nunca ha visto su oficio como un trabajo, para él es una bendición y una distracción.  Desde muy temprano entra a su taller y sale hasta muy noche, así puede pasar semanas enteras.  También hay semanas en las que no entra porque se concentra en otras actividades propias del oficio, como la venta, la búsqueda de materiales, el diseño, etc.

Sus piezas han sido motivo de reconocimiento en muchos museos, como el Dolores Olmedo, el Diego Rivera y Frida Kahlo, se han expuesto sus piezas en el Palacio de Bellas Artes, y en muchas tiendas de arte popular se encuentran sus piezas.

Algunas tardes piensa en Santiago y Roberto, sus primos y amigos de la infancia, con quienes compartió los primeros aprendizajes del oficio.  Hoy están muertos, igual su abuelo y sus tíos. Recuerda a su mamá trabajando la cera en moldes, al chato y al cuate, dos moldes con los que jugaba en la cerería de su padre.  Piensa en la vida de don Joaquín, imagina cómo sería la primera pieza de cera decorada que elaboró, imagina la expresión de su rostro, y mientras lo hace, trabaja en nuevas piezas, piensa en cómo serán las piezas de sus nietos.

 

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