Cartonería

Tierra Blanca, Gto.

Si de cartoneros se trata, la familia Lemus Muñiz es reconocida como una de las principales de la ciudad de Celaya. Prefieren llamarse moneros pues por generaciones se han dedicado a la elaboración de muñecas, monos y figuras de cartón. La familia comenzó el arte de la cartonería con el abuelo Bernardino Lemus Valencia a principios del siglo. Él se enseñó con su cuñado  Gregorio Luna quien le transmitió los conocimientos necesarios para trabajar de forma completa el cartón, además de la panadería.

Don Bernardino fue el troncón de los descendientes Lemus. Después de hacer pan se ponían a hacer figuras de cartón y a pintar, aunque cabeceara en las pinturas, seguía ahí hasta terminar. Don Bernardino comenzó como en 1920 a aprender la cartonería, arte que transmitiría a sus hijos y nietos, pues los sentaba de niños a su alrededor y a la vez que los enseñaba y los supervisaba, les contaba historias mientras iba sacando nuevos moldes a pulso. El señor Bernardino les heredó el aprendizaje de usar la tierra para crear figuras, elaborar las pinturas y el barniz de brea.

Otra característica artesanal del señor Bernardino fue la creación de papeles para navidad, con paisajes finos y bonitos. Por desgracia la familia no siguió la tradición porque no tenían tiempo de venderlos. Don Bernardino vendía también cascarones con confeti, caballitos, monitas y máscaras en el templo de San Agustín, en Celaya. Siempre se dedicó de tiempo completo a la cartonería, con ayuda de su esposa Ildefonsa Flores y por supuesto de sus hijos.

La familia Lemus incluye a muchos artesanos y descendientes de don Benardino, quienes se han especializado en diferentes monos, pero merecen el reconocimiento por continuar la tradición de cartoneros. En esta ocasión se hace un reconocimiento mayor a los descendientes de don Sotero Lemus Flores, quien se casó con la señora María Remedios Muñiz Cruz, originaria de Cortázar, su papa era campero –se dedicaba a la siembra del campo- y su mama a hacer tortillas.

La señora Remedios trabajó ayudando en casas ajenas hasta que se casó hace casi seis décadas. Fue ahí donde aprendió de sus suegros la artesanía de cartón. Poco a poco se enseñó en los diversos procesos de elaboración. En los ratitos que tenía se arrimaba con sus suegros para aprender. Su suegro le daba cascos o pedazos de monos para que ella los pintara y los vendiera. Viendo que podía ganar buen dinero con los monos de cartón, decidió dedicarse de tiempo completo a ello y aprender bien todos los procesos.

Por la necesidad crear sus propias herramientas, aprendieron también lo vital que era manejar la tierra y el barro. Así, usaron las propias muñecas enterradas para rellenarlas de cemento con yeso y crear nuevos moldes. Así se fueron haciendo de todo tipo de figuras como los diablos, judas, cráneos, máscaras y sonajas.

Ante el éxito obtenido ya como la familia Lemus Muñiz, pusieron su negocio aparte, pero siguiendo la tradición de los monos de cartón. Entre más vendían, más ganas le ponían para hacer el trabajo, desvelándose y levantarse temprano. Incluso la señora Remedios rebasó como artesana a su marido. Don Sotero tenía un trabajo alterno en una fábrica como tejedor de alfombras y tapetes, pero su habilidad era el rayado de las piezas o terminado. Al primer pincelazo quedaba bien delineada la cara, boca, ojos y flores. Era un maestro con el pincel, pues al llegar de su trabajo se sentaba y sacaba docenas de piezas en un ratito. Por su parte, la señora Remedios hacía las piezas, armaba y fondeaba[1] la pieza y pintaba el cabello con una brocha grifa, dejando lo fino a su marido, quien rayaba muy bien.

Poco a poco los hijos se integraron en los procesos. De ahí cada uno agarró el gusto y su camino en la cartonería. Las mujeres que no querían ayudar a pintar lo hacían en la cocina, aunque la señora Remedio nunca desatendió sus labores domésticas. Finalmente solo dos hijos fueron moneros, Martín y Guillermo Lemus Muñiz.

La señora Remedios se siente realizada como ser humano. Aún cuando no tuvo escuela, alentó a sus hijos a estudiar además de aprender la artesanía de cartón. Enseñaron a todos sus hijos, pero también aprendieron de ellos. La señora Remedios les heredó su imaginación y el gusto por lo colorido; y don Sotero la habilidad para rayar, para general al primer pincelazo una raya derecha y bien hecha. Otra característica propia de la familia Lemus Muñiz es el barnizado de las piezas. Aunque cada quien eligió su línea de trabajo, por el gusto a ciertas piezas, también competían entre ellos por generar calidad y no por envidias, lo que los llevó a destacarse ante otros artesanos.

Siempre se preocuparon por innovar en los monos, en que tuvieran diferentes expresiones en la cara. Su deseo por innovar fue mayor cuando se enfrentaba a las envidias de los otros artesanos porque sus monos eran más vistosos y baratos. Establecieron un puesto en la calzada de San Francisco, era el más visitado y por supuesto el que más vendía, pues sabían hacer muy bien sus monos. Cualquier problema con los otros cartoneros los hacían crecer, innovar constantemente.

Además de vender siempre en su casa, entregaban a varios señores como Pablo Chico y Alfonso Cabrera, quienes eran acaparadores de juguetes, incluyendo de cartón, lata y madera. A veces les regresaban los monos porque no estaban bien terminados, eso les reducía sus ganancias pero los impulsó a perfeccionarse hasta llegar a ser grandes y especiales en su trabajo, a que su taller fuera de respeto y responsabilidad, pues cobraban por lo que trabajaban, no por hacer “batidero”.

La casa era el taller y bodega, incluso los monos de cartón ocuparon un  lugar primordial en los cuartos. Todo el año se iban acumulando los monos y se pintaban conforme se acercaba la época para venderlos, sobre todo en semana santa y día de muertos. Sabían que apoyar a la familia, y sobre todo a la señora Remedios, significaba que todos ganaran.

Después de la venta, cuando sobraban algunos juguetes, la señora Remedios regalaba a sus hijos los judas para que los tronaran, les daba su premio. Además jugaban con las máscaras y caballitos antes de venderlos, en ocasiones los llegaban a aplastar y los escondían. A las niñas les daban sus muñecas. Eso compensaba el trabajo diario y esfuerzo de todos.

Aun cuando nacían sus hijos la señora Remedios no dejaba de trabajar. Lo hacía sobre un hule que cubría la mesa del comedor, donde mallugaba el papel para hacerlo dócil y luego pegarlo en los moldes. Le encantaba de corazón trabajar con el cartón. Su especialidad fue la preparación de las anilinas, desde comprar el tizar o tierras de colores, remojarlo en un cajete de barro y luego molerlo a mano, pasarlo por un trapo para colarlo y preparar las pinturas con pegadura para que no se callera el color de los monos. Estas pinturas se usaban calientes porque si no se hacían muy espesas por la pegadura. Todo esto con gran cuidado y precaución para dejar lo colores bien fuertes y llamativos, cosa que caracterizó a la familia Lemus de otros artesanos, pues eran más descoloridos. La buena presentación de la familia Lemus ha caracterizado su trabajo, pues saben combinar todos los colores.

No obstante que de niños fue difícil pertenecer a una familia de moneros, ahora reconocen el orgullo que representaba el dedicarse a crear monos de cartón. El problema era cuando tenían que llevar los monos de la casa al mercado, llevándolos en unos carrizos largos con los monos amarrados, pues les daba pena que otros amiguitos los vieran cargando y metían la cabeza entre los amarrados para que no los vieran. Cuando llegaban a la plaza donde vendían eran muy unidos y sabían que eran buenos porque terminaban pronto la venta de toda la mercancía. Ahora a mucha honra se dicen moneros.

Pero no todo fueron problemas, pues también disfrutaron mucho de su niñez rodeados de juguetes de cartón. Don Guillermo dice que le gustaban los diablitos de gaznate, de niños los ponían a recortar pedacitos de pelo de chivo que le ponía a los diablos como barbas. Además tenían un resorte en la cabeza lo que hacía parecer que bailaban. A los Lemus les gustaban mucho, así como al resto de los niños, pues con un poco  de aire que hiciera movían su cabeza y parecía que bailaban. La señora Remedio también innovó aplicando el mismo método a diferentes figuras. Era muy basto el trabajo, todo se podía hacer, pero no podían dar gusto a todos. Dejaron de hacer las muñecas miniaturas de diez centímetros a las que se les ponían las manos de barro. Se les llamaba “mona de tabla”, pues se pegaban en cuadritos de madera cuando ya estaban terminados. Se hacían charritos, muñecas con sus trenzas, reinas y otros más.

También las muertes que eran en blanco y negro, los Lemus comenzaron a hacerlas floreadas, más llamativas al comprador, las adornaron con coronas, arracadas, dientes de oro, trenzas y naguas anchas y coloridas o sombreros. También a la pareja la reformaron, copiando la imagen de Pancho Villa con sus bigotes, su zarape y rifle. Dejaron de encuartar las extremidades, haciéndolos rígidos en posición de baile. Nadie les ha copiado estas parejas, porque les falta “inteligencia” para poder reproducirlas y más para inventarlas.

La señora Remedios se sentaba en una sillita a trabajar, repartía en diferentes tapas las pinturas y se dedicaba a fondear. Llego a tener los colores más bonitos y subidos. Otra de sus especialidades era usar el barro fresco como don Bernardino, para crear diversas figuras en el suelo que luego recubrían. Todo aprovechan los Lemus, ya fueran los troncos de plantas para las colas de los diablos, las hojas, todo el papel de la casa, macetas, botes, trastes u ollas para crear las panzas de los mamertos o charritos y las cabezas. Los moldes principales siempre han sido las manos y la cabeza.

Los Lemus Muñiz saben que son verdaderos artesanos, pues además de dedicarse toda su vida a realizar las diversas piezas que han caracterizado la cartonería, ellos han tratado de innovar, sobre todo en las  piezas para concursos. Han dado gusto a sus compradores, incluso mejorando los modelos pedidos, incluso les piden que los firmen para que reconozcan en todos lados sus artesanías.

Para hacer piezas para los concursos  usaba su arte, su imaginación para crear piezas únicas. Participar en los concursos era la ilusión de la señora Remedios, pues no había concurso que no ganara o por lo menos se trajera uno de los tres primeros lugares. Sus suegros nunca concursaron pues la señora Remedios los superó en arte, ideas y creatividad. Sabe que se lo heredó a sus hijos, de los cuales se siente muy orgullosa. Ellos siempre le piden su opinión para las piezas que van creando.

Con los adelantos y novedades, los Lemus pasaron a usar pinturas vinílicas y dejaron las anilinas. Aunque Guillermo quiso aprender a hacerlas, le resultó difícil combinar las cantidades y saber cuándo estaban listas para que fijaran bien. Si bien quisieran recuperar la elaboración de las anilinas, ya no se puede pues ya no encuentran el tizar, solo el blanco de piedra lo usaron hasta hace diez años, muy concentrado y fuerte. La señora Remedios combinó en algún momento las anilinas con las vinílicas para subir los tonos y la gente se daba cuenta porque le decían que sus colores eran más vivos.

De niños Guillermo y Martín así como sus otros hermanos no les gustaba deshacer el blanco de piedra, pues tenían que apachurrarlos con un clavo del tren –viven a escasos metros de la vía- hasta hacerlo polvo. Además de que no aprendieron a hacer las pinturas. El punto clave para saber que ya estaba bien mezclado el tizar con la pegadura era cuando se ponía al sol y se veía como escurrido, pero a la vez brillaba. Si no quedaba bien también provocaba que se despegara del papel después de pintado.

Hoy los hermanos Martín y Guillermo hacen las muñecas típicas y las visten. Usan papel crepé y telas para hacer los diversos trajes como chinas poblanas, arlequines, cirqueras, policías, etc., pero sin perder la técnica del rayado propio de la casa Lemus, que han usado más profuso y fino, pues pueden dibujar una línea tan delgada como un cabello. Se han caracterizado últimamente por hacer cráneos decorados con motivos floreados, indígenas, pericos o prehispánicos. Cualquier innovación la gente lo nota inmediatamente y lo pide para las siguientes piezas.

El señor Guillermo trabaja además en una escuela, hace vestidos regionales para las danzas tradicionales que él mismo enseña, sobre todo prehispánicas, por lo que esos conocimientos se en plasmados en sus artesanías. Además hace los penachos con cartón, altares para el día de muertos con la cartonería de por medio. Se hacen los cabezones de cartón, para la danza del mismo nombre, para que no pesen y puedan bailar.

El jaspeado de las piezas también es algo característico de la familia, hecho con carrizos y un pedazo de trapo, no con compresoras como han pensado quienes han visto su trabajo. Alguna vez los visitaron unos japoneses que querían copiar las técnicas, se sorprendieron al no ver ningún tipo de tecnología, sino tapas y tacitas con los diversos colores y pinceles.

Saben que cometían errores al momento de aprender, pues los trazos los hacían toscos y malhechos, por lo que escondían sus monos debajo de los otros. Pero esa confianza que les dio su padre es lo que los alentó a mejorar y perfeccionarse. De esa forma también motivan a las nuevas generaciones a aprender.

No se puede decir que había una fecha en que trabajaban más, sino que siempre tenían pedidos pues la gente sabía que se llenaban de trabajo. Les hacían encargos desde un año antes, dejaban especificaciones y los clientes siempre se iban contentos porque las piezas superaban lo esperado. Aún sin conocerlos personalmente, confiaban en el excelente trabajo de los Lemus. Incluso necesitaron de ayuda extra, por lo que pedían a sus vecinos les ayudara con los cascos o piezas en bruto sin pintar. A la familia Lemus le convenía pintar, pues ganaban más. Por desgracia hoy día se van acabando las molduras y se va terminando la tradición con la gente grande. Se ha visto en el barrio de Tierras Negras que los descendientes tiran moldes, cascos, pinturas, diamantina, porque no saben apreciar la cartonería.

Los Lemus se han caracterizado por mantener la tradición y esencia primaria, pues no han querido usar materiales nuevos como el alambre, plastilina o colores fosforescentes. Aunque los saben utilizar, prefieren emplear la tierra o lodo para hacer los moldes y hacer las piezas resistentes para que no necesiten de fierro o carrizo al interior. Son artesanos tradicionales, son moneros desde la tierra, porque la trabajan y dibujan las piezas que hacen.

No es lo mismo dedicarse a hacer solo piezas para concurso que hacer piezas todos los días. Son dos tipos de artesanos, ambos innovan, pero ellos se consideran artesanos de todos los días, saben producir de manera rápida. Ello los llevó a vender en Francia, Japón, Estados Unidos, Oaxaca, Morelia, Querétaro, Veracruz y Puebla. Han usado sus piezas para infinidad de lugares y motivos, como bodas, primeras comuniones, zapaterías y cantinas.

La señora Remedios se enorgullece de tener una familia unida y sagrada, trabajadora, sin vicios. Hoy día la señora ya no trabaja mucho, su mayor pesar es que le tiemblan las manos y ya no puede fondear. Incluso esa desesperación de no poder trabajar la llevó en un momento a decir que se había acabado, a querer quebrar los moldes y tirar todos los cascos o piezas de cartón que todavía no se habían pintado. Una parte de los moldes se tiraron, otra se vendió, pero Guillermo decidió conservar lo más que se pudiera. Esta situación fue por el cansancio físico de la señora Remedios, porque sus hijos no podían dedicarse de tiempo completo a surtir los numerosos pedidos que todavía tienen. Afortunadamente Martín y Guillermo han continuado en la medida de sus posibilidades y creatividad. El que el trabajo se siguiera realizando resultó gratificante para la señora, pues conservar la moldura era conservar los recuerdos de toda la familia, sobre todo de su niñez.

Cuando se escucha hablar a los Lemus Muñiz se nota el orgullo y esfuerzo que han puesto por seguir con la tradición de los verdaderos moneros, como ellos mismos se llaman, su especialidad eran las muñecas y los diablitos de todos los tamaños. Pero además hacían máscaras de todas las figuras de animales, sonajas de peces y pájaros rellenas con piedra de hormiguero, los “chacos” o cascos estilo romano color rojo y amarillo. Caballitos, pericos grandes, changos, peces de fondo amarillo y jaspeado de colores diferentes.

Antes que se podían usar los cuetes, la familia Lemus vendían monas grandes a los que hacían los castillos en Comonfort, quienes las ponían a dar vueltas y se veían muy vistosas, como en un columpio o rueda de carrusel. Trataron de incursionar en las mojigangas, aunque saben hacerlas, el tiempo no les alcanzó para hacer todo y han preferido dedicarse a su fuerte, las monas. Encargaban a los vecinos que hacían cuetes las piezas para integrarlas a los judas, pues se usaba explotarlos completos, dependiendo del cliente se ponían más cuetes o más grandes para que tronaran. El barrio de Tierras Negras, donde vive la familia Lemus Muñiz, es el más tradicional por las diversas artesanías que se realizaban ahí, sobre todo cartonería y cuetes. Cuando se prohibió el uso de cuetes en Celaya, por la explosión de 1999, bajó la venta de los judas.

La familia Lemus se aferra a algo que tal vez está a punto de perderse, el uso de la tierra directa para diseñar, la tradición oral que pasa de generación en generación, pues no hay nada escrito para trabajar la cartonería. Tienen la motivación de mejorar e innovar siempre, además de crecer como personas y ser competentes como artesanos. La creatividad y espontaneidad siempre están presentes en la familia para aceptar cualquier reto que se les presente. Ser monero es una labor muy noble.



[1] Fondear significa pintar la pieza de cartón de blanco y luego de los colores que cubrirán la mayoría de pieza. Luego se procede al rayado o delineación de los contornos y facciones de la cara.

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