Lapidaria

Comonfort, Gto.

GtoViaja!

Me llamo Roberto Olalde Sánchez, soy artesano, molcajetero y este [señala al perro] es el chato, así le digo yo; siempre me acompaña, cuando me voy y cuando regreso”. Porta ropa de trabajo, un pantalón de mezclilla y un chaquetón del mismo material, zapatos muy desgastados, típicamente guanajuatenses, cuyo modelo fue diseñado por los zapateros del municipio de Pénjamo, fueron parte de la vestimenta de la generación Hippi, en la década de los setentas, los calzan las personas que realizan trabajos rudos o labores de campo, los denominaban Burras o Pénjamos.

La cabecera del municipio de Comonfort es atravesada por la carretera que conduce de Celaya a San Miguel Allende. Recientemente se ha construido un Libramiento para la fluidez del tráfico vehicular. Antes, pasando la vía del ferrocarril, las escuelas y el macizo del asentamiento habitacional fincado en el cerro que conforma el barrio de los Remedios, el cerro continua paralelo al camino de tierra polvoso, trazo irregular en donde árboles, baldíos, sembradíos, en ambos lados, esa era la salida a San Miguel de Allende.

El señor Roberto Olalde, vive al inicio de uno de estas calles, en la falda del cerro, la calle no es ancha, es peatonal, empinada sin banquetas, al salir de las casas se está inmediatamente en el arroyo de la circulación, el piso es de lozas negras colocadas irregularmente formando sombras o manchas que acompañan a los caminantes, de tonos naturales las fachadas de las casas muestran descaradamente los materiales de que están construidas, la mayoría en lo que se clasifica como “en obra negra”, de diferentes alturas, de piedra, adobe, material prefabricado o mixtos conviviendo un material con otro, no faltan muros todavía elaborados de tejamanil; a veces hay terrenos sin construir entre una casa y otra oquedades donde abundan la basura y las higuerillas, las casa en su mayoría de una sola planta, pero también las hay de dos, pocos frentes están revestidos con su enjarre o aplanado y pintados.

Todos los días el señor Roberto Olalde inicia su jornada de trabajo caminando, subiendo la cuesta que esta involuntariamente marcada por tramos ya que de un lado y otro se encuentran postes unos de madera, oscuros enchapopotados otros, grises de concreto zonifican el camino, levantan estropajos de cables que se dirigen en todas direcciones, trechos que son metas que se gana para subir y se pierden para bajar. Al terminar el trazo de la calle a la altura de medio cerro, el sendero ahora dirige hacia  la izquierda en un sentido horizontal, está marcado por constantes pisadas de peatones, es abrupto: piedras, cazahuates con alguna flor blanca tardía, nopales, piedras, huizaches, granjenos, pedruscos, hojas de nopal a medio enterrar en el polvo, magueyes, enormes arrugas pétreas, piel del cerro, asoman, herbajos, gordolobo, sangregado, la tierra suelta, polvo y más polvo, grueso y fino, ese tan fino que es lanzado por el aire a las alturas y luego lo precipita en el corazón de la ciudad, cae y se arrastra por las calles como culebras, entra a las casas por los resquicios de los zaguanes y las ventanas recorre los pasillos, penetra a las recamaras y se queda descansando sobre los muebles, ese polvo y el pedregal terminan después de casi media hora de caminar, llega a “su taller”, empuja una puerta ancha, hecha con tablones de madera, penetra al tiempo que nos dice: “aquí es donde trabajo, es la casa de mi hijo”, es un patio de tierra con dos árboles frutales, cercan el espacio unos tendederos, que están recibiendo ropa recién lavada que “su nuera” coloca de tiempo en tiempo, gotas de agua caen intermitentemente, clavándose en la tierra formando pequeños espejos por donde el sol se asoma, las habitaciones están al fondo, a la derecha un poco más alto, hay dos gradas para entrar en él, un cuarto que es la cocina, entre este y el zaguán hay un espacio, rincón donde están apiladas a simple vista piedras de varios tamaños, observándolas demuestran que ya han sido trabajadas, redondeadas y achatadas por los polos, y otras que ya son trabajos terminados, o muy avanzado el proceso de labrado, también hay piezas rotas,

Yo hago metates, molcajetes, diferentes figuras, de acuerdo a lo que me pidan”, con leve ademan señala en sentido contrario donde está el montón de piedras, (su izquierda)y se encuentran terminados varios molcajetes de tamaño chico y regular.

“Siete hijos y yo nos juntamos y hacemos piezas grandes, hay teníamos [en el lugar de los molcajetes terminados] uno como de 90 centímetros de diámetro; en la fiesta de los Remedios, de ahora [se refiere a la fiesta patronal de barrio del 2011], se vendió…¿El material? Lo traigo del cerro, uno [como artesanos] las cala [las piedras], si más o menos le entra la punta [de la barra], la saca. Ahorita ya la fuerza se fue, [está cansado, con desgaste físico]. Traigo unas 15 [piedras] a la semana, hago 3 por día, de diferentes medidas, chiquitos, medianos, mas grandes, hay de todo. Trabajo la piedra que caiga, colorada, azul y no azul. Hay varias minas, de donde yo traigo [las piedras para el trabajo], no son grandes son pequeñas, pagó cada mes por sacarla al vigilante, es ejidatario el que cobra, esos montes de ahí son del ejido.

Empieza a sentarse, se acomoda firme como clavado en la tierra apisonada, es un borde un poco más alto que el nivel del piso, es un pequeño rectángulo delimitado por cuatro morillos de diferente altura y grosor, sostienen amarrado un pedazo de plástico azul, para crear sombra y durar varias horas trabajando, muchas veces ni del lugar se mueve para comer, pues enfriarse equivale a perder tiempo y ritmo para el rendimiento de la jornada, toma una de las piedras redondeadas y chatas, enorme textal pétreo, y lo acomoda entre sus piernas, en esta actividad no solo la mano trabaja sino las extremidades inferiores también, muslos, piernas, pies, lo planta, debe estar fijo, muy fijo para recibir el constante , fuerte, repetido, baño de golpes de martillo, impulsados por la fuerza de sus puños. Los hacedores de formas tridimensionales, tienen dos caminos para llegar a su fin, uno es quitar las capas sobrantes del material sólido elegido, retirar lo que no es necesario para encontrar lo que su imaginación deseaba, el otro es a la inversa, no restando material sino sumando, agregando material que generalmente es suave, maleable, construyendo, modelando, hasta quedar satisfecha con lo elaborado. Golpe a golpe con diferentes herramientas metálicas, Roberto Olalde se ha modelado como labrador de piedra.

“¡Las herramientas!” Nos muestra una serie de formas metálicas montadas en mango de madera. “Estas picaderas con punta, barra para sacar las piedras, otra que le decimos maquina, martillos, cinceles, palas para la tierra. Nosotros afilamos la herramienta, las afilamos, las componemos cuando se quiebran, cuando se gastan”. El brazo, la fuerza de la mano que empuña el instrumento, una y otra vez van sobre la piedra, produciendo un sonido constante, retirando tecatas, pequeños fragmentos de piedra hasta formar un hueco, el espacio donde se acomoda el tejolote para realizar su función, este es el inicio del labrado de un molcajete, después vendrá el labrado de las tres patas sobre las que descansa, se vuelve a trabajar en el cuenco y se hace más delgado, ha quedado forjada la pieza, el acabado se hace con una picadera mas delgada, para que el trabajo sea fino se utiliza la máquina [instrumento metálico manual] que tiene la punta como de cincel y luego se frota todo con una piedra del mismo material y ahora tiene una piel que no lastima las manos.

“Como a los 55 años ¡por ay! Tengo 62 años de edad. A los siete años en el taller de mi hermano Carmelo Olalde, más grande de edad, mirando a los que hacían las piedras, empecé. Me ponían un cortesito y yo le iba buscando la forma, así empezando con molcajetitos chiquitos, así se empieza, así empecé. Ahora hago muchos tamaños. Para los compradores solo dicen chiquito, mediano o grande , para nosotros [los artesanos] tenemos medidas, como lo que llamamos de Primera [de primera se refiere al tamaño, no a la calidad del objeto] que es del número ocho, del número nueve es extra,  hay también del número doce y del número trece, súper extras, hago de muchos tamaños, más chicos de número siete, de segunda [se refiere al tamaño no a la calidad] de tercera y hago figuras de Virgen de Guadalupe, figuras de tortugas, puercos, de flor, de cañón, de libro, caballos, cocodrilos que son maseteros, metates de varios tamaños, como este con figura [muestra un metateque el lomo del toro es el espacio para moler y el frente de la pieza es la cabeza y la cornamenta], figuras de acuerdo a lo que me pidan.

Siempre me ha gustado la piedra, la cantera es más suave, lo más rústico, lo más duro es lo mío. … El precio, pienso no es justo, porque batalla uno para hacerlos y estamos enriqueciendo a los compradores [intermediarios], no hay medios para juntarlos [los molcajetes elaborados], y comer [tener dinero para el gasto diario], por lo general y luego salir a vender, ¿A dónde? ¿A los lugares turísticos? No se puede, hay mucha competencia, los turistas van [a la ciudad] donde uno los vende al revendedor y ahí no saca uno ni para un refresco. Para esto hubiera un almacén para el trabajador [hacedor de molcajetes], hubiera un líder que lograra nos aumentaran el precio de nuestras piezas. El intermediario tiene los medios nosotros no. Cuando no vendo a intermediarios, asisto a las exposiciones, ferias y concursos que organiza la presidencia [municipal de Comonfort] a los concursos que se organizan en la ciudad de Guanajuato.

El sol marca la jornada, aunado al clima: calor, frio, lluvia, polvo, viento. Cuando se adquiere un objeto como metate o molcajete se familiariza con el objeto, se olvida el arduo trabajo manual e intelectual y amamos el objeto útil que además es hermoso ajeno a caprichos de la moda o a los efectos del tiempo.

[Roberto Olalde nos cuenta:] He enseñado a mis nietos, a mis hijos, yo les digo como le hagan, como corten la piedra, como redondearla, como les queda mejor, también a amigos que se juntan a trabajar [la piedra] les voy diciendo cómo, les digo como tomar las herramientas, la dirección de los golpes. Yo no les cobro nada.

[De su familia nos cuenta:] Lorenzo Olalde se llamo mi padre, era leñero, no recuerdo su otro apellido, yo tenia como tres años cuando el murió, ahora he preguntado sobre su segundo apellido y no se acuerdan, no lo sé. Altagracia Sánchez Robles fue el nombre de mi madre, somos seis hermanos, dos hombres y cuatro mujeres. Cuando niño los domingos solamente jugaba al trompo, a las canicas, la resortera., soy originario de Comonfort, naci en la ahora colonia San Carlos, antes no tenía nombre, era un llano, se frecuentaba por la colonia Cuauhtémoc, eran los linderos de la hacienda de Camacho, donde eran los potreros de los hacendados, la hacienda no la conocí, solo había ruinas. Ningún estudio, no se leer ni escribir, aprendí poquito, porque cuando di el servicio militar me enseñaron, los chamacos para leer, escribir, sumar y otras cosas, duran seis años [en la primaria]. Yo solo un año y nada más los domingos un rato aprendí poquito. Ahora ya no quiero aprender. La vista ya también me falla, una letra chiquita ya no la veo, no leo los periódicos. El Servicio Militar era una cosa obligatoria, para obtener la Cartilla, para identificación, casarse.

A los 18 [años] ya [estaba] casado, como a los 17 y fracción, no recuerdo, todavía no acabalaba los 18 ya estaba casado. María Rosales Olalde es mi esposa, la conocí en la vagancia, [ella] trabajaba en el quehacer domestico. Mi esposa se fue conmigo [de común acuerdo] yo no me la robe.

Tenemos 16 hijos: Josefina, Mario, Heriberto, María Luisa, Patricia, María de Lourdes, María Cristina, Jaime, Roberto Armando, Laura, Sergio, Juan, Gustavo, Ana Beatriz, Jesús Ángel, María de la Luz, y también Luis Alberto adoptivo, de 17 , 12 son casados, 3 hombres y 2 mujeres no casados, 20 nietos. Mis hijos la mayoría salieron de cuarto año de primaria, uno de primaria, otro de secundarias y la niña mas chica María de la Luz estudia ahorita secundaria. Cuando tenia mis hijos chiquillos trabajaba muy duro, hasta los domingos, no descansaba.

Si se enfermaban los curaba con pura yerba curativa como: sábila, gordolobo para la tos se las dábamos a los muchachos. De fiestas no sabía nada tampoco ahora, en la fiesta de la Virgen de los Remedios como unos treinta y cinco años tuve el cargo del alumbrado, hace como cuatro o cinco años deje el cargo, pagaba la luz y ponían los focos y la fiesta se iluminaba.

Yo no participe en las danzas, ni mis hijos tampoco, aunque ya entonado [bailaba] lo que podía, aunque no supiera las piezas saltaba como chapulín. Recuerda: “como entre los 28 y los treinta y cinco años, me fui a los Estados Unidos, trabajaba en la albañilería, en la pintura, en la jardinería o en lo que saliera, pero no duraba, cuatro o cinco meses y me regresaba, estuve en North Carolina, Pensilvania, y otras veces aquí no más brincando el rio Bravo, en Texas, no se me olvidaba la responsabilidad de mi esposa y de mis hijos. Pero los Estados Unidos no son para todos, aunque todos quieren ir, hace como 15 años fui y ya no regreso, tuve una mala experiencia me robaron mi dinero trabajado, mis ahorros, no se puede ahorrar mucho pues los salarios que me pagaban no eran muy buenos, pues aunque sean dólares y valgan más, también los gastos son en dólares.

La sorpresa y el coraje me enfermaron y me resulto la diabetes de lo que estoy enfermo, que me a quitado las fuerzas, cuando era mas joven, a pie en un colote de carrizo bajaba de aquel cerro, las piedras, [señala, a lo lejos, es el más alto, como telón de fondo de un paisaje], le decimos cerro Viejo, ahora me apoyan mis hijos y Lucero. [En el frente de la casa donde trabaja la piedra Roberto Olalde, esta amarrada una burra, como las piedras del cerro, el animal se encuentra a la intemperie, no tiene un abrigo que la proteja, no esta confinada en un lugar donde los cambios climáticos a veces tan abrutos, no los reciba tan directos, y no sufra, agresiones], es jovencita, apenas ha tenido un parto, pero le fue mal, empezando la tarde nació su burrita, yo la acompañe, aquí estuve con ella y me fui ya pardeando la tarde. A la mañana siguiente la encontré echadita y sola, cerca de ella y regados huesos y pedazos de carne, los perros en la noche se la comieron. La familia posee otros tres burros para el acarreo de la piedra.

Como es tradición en muchos de los talleres familiares donde se labra piedra, las mujeres, esposas, hijas, hermanas, labran los tejolotes. Las mujeres artesanas con sus manos dan forma a la piedra, que trasmiten a las manos de las usuarias, con las manos se hacen con las manos se usan. Los molcajetes utensilios ajenos a la moda, como corresponde a su esencia son duros a recibir alteraciones sufridas por los efectos del tiempo, a veces, el centro de atención una vez que dieron el servicio, son confinados al rincón.

El oficio de labrar piedra, es de miles de años, viene desde la prehistoria, atraviesa todas las clasificaciones de las etapas del desarrollo humano, está aquí, presente en este siglo XXI, las listas de participantes a los concursos de lapidaria, organizados por las instituciones estatales, municipales o incluso nacionales, que arrojan una generación comprendida entre los 55-65 años que posee un depurado oficio en formas y acabados, formó a otra generación de entre 35- 45, que con su trabajo ha demostrado poseer todo el oficio de sus mentores, y algunos de ellos clasificados como mejores por jurados especializados en la materia en base a las piezas presentadas, Semilla que no morirá. Obra y oficio que sobrevive, se repite y se rediseña por manos que recibieron una herencia y la multiplican heredando a su vez los conocimientos y la tradición. El presente unido con el amplio pasado, labran el futuro, años de horas duras van acuñando expresiones del patrimonio del arte popular guanajuatense legado vivo. Oficio y Tradición de los creadores populares de un municipio Comonfort, que otorgan identidad a un estado Guanajuato.

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