Jarciería

Xichú, Gto.

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A la llegada de los españoles al nuevo mundo, trajeron consigo instrumentos de trabajo que no se conocían en estas nuevas tierras, como los animales de carga. Estos animales trasformaron la alimentación de las poblaciones, por su carne y los productos secundarios que de ellos obtenían. La trasportación de las mercancías como la producción agrícola mejoró en muchos sentidos, esto trajo como consecuencia que los antiguos pobladores de estas tierras adaptaran sus prácticas económicas a las nuevas condiciones de producción. Aunque los estudios etnográficos modernos nos muestran que las comunidades indígenas han mantenido practicas ancestrales, éstas  se mezclaron, se adaptaron y se reconfiguraron en el contexto de los cambios de la administración virreinal en las distintas regiones de lo que hoy es México.

Con la llegada de animales de carga los antiguos pobladores adaptaron sus conocimientos a las nuevas condiciones de producción, la elaboración de materiales para el trabajo como cuerdas para el ganado, el arado, y los implementos que ellos elaboraban para las nuevas condiciones de trasportación, los costales y morrales de material autóctono. La jarciería, que es la elaboración de cuerdas e instrumentos para la ganadería, apareció con técnicas de hilado de cuerda indígenas con material autóctono; la fibra del maguey llamada ixtle palabra náhuatl para designar este material.

En el municipio de Xichú, estado de Guanajuato, la tradición se afianzó no sólo por el trabajo agrícola y ganadero, sino también por el minero, ya que muchos de los implementos, como sacos y cuerdas, tenían que ser elaboradas de manera regular. Las comunidades indígenas dotaron durante mucho tiempo a los pueblos de españoles de implementos de trabajo, porque no existían los medios económicos para exportarlos de Europa ni los materiales con los que los españoles las elaboraban. Sin embargo, los indígenas siguieron haciendo sus implementos de manera tradicional sin entrar al mercado de los españoles, tal como la administración virreinal lo había planeado al separarlos territorialmente. El mineral explotado en la región desde el siglo XVI fue producto del repartimiento de indios, de esta manera Xichú fue poblado por indígenas seguramente otomíes así como por grupos de chichimecas reducidos y obligados a trabajar en las minas. Es por eso que muchas tradiciones de la región tienen una raíz indígena muy profunda, aunque no sea tan evidente.

La elaboración de utensilios del campo, como cuerdas, morrales y sacos con hilo de fibra de maguey, es una de estas tradiciones de origen indígena que poco han cambiado. Don Esteban Martínez, un habitante de la comunidad de las Higueritas de este municipio es uno de los poseedores de este conocimiento. Se dedica a elaborar  esta clase de instrumentos con sus manos desde que tenía doce años cuando su padrastro le enseñó. Él tiene sesenta y tres años ahora y aunque tuvo un accidente automovilístico, que le dejó secuelas graves en su condición física,  sigue teniendo la energía para hilar y tejer sus productos, además de ir a sus campos a cultivar maíz y fríjol para el autoconsumo.

El camino a las Higueritas es complicado, de la cabecera municipal al lugar es sinuoso y solo es por terracería, los chicos que trabajan en la casa de la cultura del municipio nos llevaron hasta el sitio, de lo cual estamos muy agradecidos. Mirar el paisaje de la región es mirar la historia del lugar, el paso de las minas, de los levantamientos armados que asolaron la región durante el siglo XIX y XX. Atravesar las montañas nos recuerda que esa región fue muy fértil, ya que se podían conseguir frutas y verduras de varios ecosistemas, gracias a las distintas alturas a las que se cultiva dentro de la sierra. Recorrer esos paisajes nos habla de los distintos pueblos que lo habitaron, desde los chichimecas y los pueblos nómadas hasta los españoles y los migrantes que hoy llegan a buscar sus raíces.

Al llegar a las Higueritas don Esteban ya nos estaba esperando, tenia instalada en la entrada de su casa una rueca, elaborada con un rin de bicicleta y un marco de madera. Ahí es donde hila la fibra del maguey: elabora las puntas, como él les llama. El procedimiento es relativamente simple, se atan un par de hilos de fibra a un extremo, se gira el rin y éste los enreda. Don Esteban comenzó a hacer un par de estos en nuestra presencia. Digo que parece relativamente simple porque así parece en un principio, pero mirando más de cerca, se puede observar la gran habilidad de don Esteban, esto es lo que hace que parezca más sencillo de lo que es. Con estas dos puntas hizo una cuerda, que se convirtió en la materia prima con la que elaborara un pequeño morral. La cuerda que realizó tiene cerca de 15 metros, y como esto se hace de pie e hilando a lo largo se necesita mucho espacio. Don Esteban nos comentó que en tiempos de calor no puede hacer el trabajo porque el sol lo quema, y  su esposa que le ayuda a elaborar las cuerdas también se quema al estar tanto tiempo bajo el sol, por lo que sólo puede trabajar en esto por las mañanas. Por la tarde también es complicado ya que su vista se ha deteriorado.

Don Esteban nació en Llano Grande, una de las estancias que se registran desde la época virreinal, vive en las Higueritas desde el año de 1961. Él se reconoce como una persona de la sierra, cosecha maíz y frijol para el autoconsumo y cría algunos animales. En los pueblos indígenas de nuestro país esto es esencial, por que se come lo que se cosecha, lo que se cuida y se alimenta con la propia mano. Su práctica de elaborar productos de la fibra de maguey es una actividad que le da una poco de dinero, no mucho como el mismo explica; “porque ya no lo quieren pagar, este trabajo es difícil, pero ahora hay cosas de plástico, más baratas, la gente ya no compra este tipo de cosas”. don Esteban ha tenido que utilizar otro tipo de material para elaborar sus morralitos, que ahora son artesanías, cuando antes eran instrumentos de trabajo, materiales como la rafia, un producto plástico, que resulta más barato desde su elaboración hasta su venta, no así lo que implica hacerlo.

No porque ahora utilice otros materiales hay que pensar que sus productos pierden valor o dejan de ser artesanales. De hecho la gran virtud del trabajo de don Esteban es la manera en que los elabora, la técnica de su trabajo que fue heredada de generación en generación y que encarna la memoria de un pueblo. Otro de los motivos por los cuales elabora sus productos de rafia es porque él no puede tener acceso al ixtle, ya que tiene que comprarlo en otra comunidad. Don Esteban comenta que ha pedido al gobierno municipal que le donen algunos ejemplares del maguey que se necesita para obtener el ixtle, para sembrarlo y cosecharlo el mismo, y aunque se lo han prometido, nunca le han cumplido. Cabe señalar que algunas veces lo recolecta entre los cerros, ya que también crece de manera silvestre, aunque ahora ya no puede hacerlo con frecuencia, porque generalmente crecen en las peñas, y en la condición que está por el accidente que tuvo ahora es casi imposible.

Para él es importante no sólo por tener su material de trabajo, sino porque como él dice, la planta se está perdiendo, ya no crece en la misma cantidad de antes, y las personas que recolectan de los cerros esta fibra y la comercializan no se preocupan por la planta, sino por vender el producto, que al quitarle la fibra se muere y ya no se reproduce. También se está acabando porque los animales se las comen. El cambio climático no sólo ha afectado la elaboración de sus productos de fibra de maguey, también ha afectado la siembra de sus alimentos. Esto es evidente en la región, que se ha vuelto más seca con el tiempo, la pérdida de cosechas y ganado, como la de este año. Al parecer para los pobladores de esta zona cada vez es más es difícil sostener su vida.

La tradición de trabajar esta fibra ahora está en riesgo porque los hijos de don Esteban no quisieron aprender el oficio, él lo atribuye a que el trabajo es muy cansado. Para elaborar un morral, desde recolectar la planta, preparar la fibra, hilarla, y tejer. Cuando se compra la fibra puede que haga dos en un solo día, nos comenta don Esteban, el problema es que el costo sube y la ganancia es menor. Don Esteban ve con un poco de tristeza el hecho de que sus hijos no hayan querido aprender el oficio, ellos decidieron migrar, en distintas escalas; uno está en la cabecera municipal, otro en Querétaro y uno más en Estados Unidos de Norteamérica.  Aunque ha tratado de enseñar a otra gente, como a Tita, la hija de un vecino de la Higuerita y otra muchacha de la comunidad de Buena Vista. Asimismo, estuvo dando clases como maestro en las comunidades de la Sábila, Guamuchil y en la preparatorio de Xichú, y finalmente en un taller organizado por el Centro Nacional de las Artes de Guanajuato.

En los años que trabajaba con su padrastro, les vendían a los intermediarios de la región toda la producción, por lo que ellos no tenían que venderlo de manera directa, lo que significaba que este tipo de material para el trabajo del campo era muy solicitado. Los morrales, las cuerdas y los costales eran parte de los instrumentos de trabajo de la gente, hoy sólo los vende como recuerdos. Un antiguo presidente municipal era intermediario, que además regalaba morrales hechos por don Esteban a invitados de honor del municipio, o en algún evento con autoridades federales o estales. Esto representó para don Esteban elaborar hasta diez morrales por semana para el presidente municipal, lo cual le significaba un buen ingreso, pero esa época terminó y ahora algunas veces puede elaborar uno o dos por semana.

Don Esteban hoy recuerda con nostalgia la época en que vendía por montones todos sus productos: las cuerdas, los morrales y los costales. Ya no hace estos últimos, ya que se tienen que hacer por pares necesariamente, por el material que se requiere para que sea redituable, estos tienen el precio de mil pesos. Él se pregunta ¿Quién va a comprar dos costales por mil pesos, si los costales de rafia cuestan siete pesos? El cambio a la economía global, en el caso de don Esteban fue dramático, los productos de plástico minaron las ventas de los suyos, por lo barato y no por la calidad, como nos explica: los costales de este material (de fibra de maguey) duran hasta quince años, los de rafia sólo unas cuantas usadas.

Al terminar de hilar y hacer un par de puntas para comenzar lo que después sería un morral, don Esteban prepara su telar, que consiste en un instrumento simple de dos maderas largas de un metro con ochenta centímetros de altura cada una, paralelas, bien fijas al piso y dos tubos perpendiculares de acero galvanizado. Me explicó don Esteban que anteriormente en lugar de los tubos empleaba palos de madera, pero tenían que ser muy rectas y lisas, lo que implicaba un búsqueda y de tratamiento de la madera muy desgastante. Ahora, por fortuna, los tubos cumplen esta función de manera muy eficaz.

Después de tejer las dos líneas, es decir, de amarras las cuerdas en forma vertical, entre veinte y veinticinco líneas, éstas necesitan entrecruzarse. Para esto las cuerdas de atrás se tejen a una vara de madera para después cruzarlas con el hilo horizontal y hacer el tejido. Antes de comenzar a tejar se hidrata la fibra, proceso que don Esteban repetirá en el transcurso del tejido, para esto toma dos grandes sorbos de agua y los escupe a la fibra. Me explica que esto ayuda para que la fibra no se rompa, además de que es necesario para que el tejido sea estable, como quien diría para que amarre. Un morral de este material lleva entre dos y tres horas, sólo el tejido, sin considerar el hilado. Después hay que unirlo, es decir, hay que tejer los dos extremos, lo implica más tiempo, dependiendo del tipo de acabado que se le haga. Con trescientos pesos de material puede hacer hasta cinco morrales, y para que esta actividad fuera más o menos redituable tendría que vender por lo menos dos diarios en ciento cincuenta pesos, pero no es así. Don Esteban vende sus morrales en tan sólo cien pesos, así que los que más ganan en este negocio, son los proveedores de las materias primas así como los revendedores.

La introducción del plástico como elemento fundamental en la elaboración de diversos productos acabó con la economía de esta gente, don Esteban es un ejemplo de ello. A pesar de que estos productos son ecológicos, ya que son absolutamente biodegradables, además de que son muy resistentes porque duran años en uso, nuestra cultura ha preferido lo desechable, reflejo del cambio económico global. Productos como los que hace don Esteban contienen la historia de un  pueblo, que si bien es trágico que no tenga los recursos suficientes para sobrevivir, es más trágico que desaparezca con él una tradición ancestral, una forma de trabajar el material, de observa cómo es que se transforma la naturaleza en algo útil y práctico para la vida cotidiana. En nombre del progreso hemos enterrado en el olvido cosas tan hermosas como las que don Esteban elabora, hemos preferido lo desechable por sobre lo perdurable. Más que una artesanía, los productos de don Esteban son instrumentos de trabajo, que perdieron su valor por la introducción de nuevos materiales, pero hoy tenemos la posibilidad de apreciarlas de otra manera, de mirarlas con más detalle y observar su valor histórico y cultural, hoy es tiempo de darnos cuenta que detrás de esos objetos que miramos sólo como simples recuerdos de algún lugar que visitamos, de los regalos de algún pariente que se va de viaje, de tras de esos objetos se encuentran las historias de nuestros pueblos, historias de gente viva que merece ser reconocida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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